De Siberia al infierno de Bali
Siempre que viajo en avión es como si sobrevoláramos Siberia con las ventanillas bajas; campera de invierno, la manta del avión -y si Pepe no usa la suya también me la pongo-, chalina en la nariz para no estornudar y medias dobles.
Sí, soy friolenta pero no exagerada, la exageración esta realmente en la temperatura de los aviones, cuasi bajo cero como si fuéramos fiambres que hay que conservar.
En ese contexto y teniendo que dejar las dos mantas en el asiento, bajamos en el aeropuerto Ngurah Rai, en Denpasar, la capital de Bali. Parecía que temblaba de emoción pero no, esta vez temblaba de frío, al menos en ese momento.
Luego de cruzar un enorme salón y una vez hechos los tramites de migraciones, fuimos a retirar nuestras valijas que como es costumbre son las últimas o anteúltimas en salir a la cinta. Esta vez no es la ansiedad la que me apura porque siendo las 18:40 hs. y teniendo todavía por delante mas de una hora hasta Ubud, no teníamos nada para hacer más que disfrutar del hotel.
Habíamos decidido que nos enviaran a alguien a buscarnos. Aunque Bali no es una isla muy grande, llegar de Denpasar a Ubud de noche era bastante complicado y tomar un taxi en la puerta del aeropuerto nos terminaba saliendo más caro.
Pasamos la puerta y vimos cientos de personas con carteles llenos de apellidos escritos con letras extrañas –serian en Indonesio- y me puse a pensar si mi nombre y apellido estarían también puestos en ese idioma y lo divertido que sería tratar de encontrarlo.
Empezamos a buscar al estilo “donde esta Wally” un papel con mi nombre y vi algo que se parecía bastante a mi apellido, con unas letras que se notaba que habían sido copiadas como un dibujo. Ahí nos esperaba Komang, un indonesio bajito con una sonrisa amigable que no hablaba una palabra de español y su ingles era mas o menos como el mío. Se venía una aventura de una hora de intentos de comunicación entre un indonesio –que habla indonesio-, una argentina –que habla argentino (no español)- en un inglés nivel 1.
Sus primeras palabras tuvieron algo que ver con mi vestimenta y mirando un poco alrededor vi gente en musculosa y sudando, entendí que se refería a mi ropa invernal y tuve que explicar el frío innecesario que se pasa en los aviones. Creo que igual no me entendió y empecé siendo la loca de la bufanda.
Cuando salimos a la intemperie, unos treinta grados centígrados me dieron un sopapo que me quedé sin aire. De tapada con campera, bufanda y temblando de frío a soltar las valijas y desesperadamente empezar a desencebollarme. Nuestro equipaje se incrementó considerablemente sumando camperas y camperitas que llevaba encima.
Al salir del aeropuerto se notaba mucha gente, ruido, bocinas, pensé: “lo natural a cualquier aeropuerto”, mientras cruzábamos al estacionamiento agradecí haber pedido al hotel el traslado, era un caos tratar de encontrar un auto para salir de ahí. El estacionamiento era un tetris de camionetas Van y autos, la mayoría enormes. Valijas que parecían viajar solas por doquier y sudor, mucho sudor, el calor era de verdad insoportable y lo digo yo.
Komang nos pidió que lo esperáramos y fue a buscar la camioneta. Al subir nos esperaba con unas botellas de agua bien fría, unas toallitas para secarnos la frente y por supuesto el aire acondicionado que me abrazo fuerte y lo perdoné por lo que me hizo en el avión.
En la torre de Babel rumbo al hotel
Tardamos casi dos horas en llegar a Ubud que esta a unos 24 km. El tránsito a la salida del aeropuerto es un embotellamiento constante y las vueltas que hay que dar hasta llegar al centro de la isla hacen que el viaje sea largo, sobre todo después de tantas horas de vuelo.
Yo ya estaba disfrutando de una charla breve con Komang. El me preguntaba algo en ¿inglo-indonesio? como “¿fue muy largo su viaje señora?” y yo le respondía en mi spanglish “No gracias, ya comimos en el avión” y Pepe desde el asiento de adelante me decía “Creo que te pregunto de dónde venimos”. Lo mejor era la onda que le poníamos y como nos reíamos los tres. Eran los nervios y el cansancio, estoy segura que los tres hablamos ingles mucho mejor que eso!
Llegamos al hotel – una Guest House en realidad-, y nos estaban esperando en la puerta. Sentí como si estuviera llegando a la casa de una tía o de mi familia en el interior, que te esperan ansiosos en la vereda. Komang nos ayudó con las valijas y ellos se presentaron muy amables. Nos llevaron a través de un caminito de entrada donde pude ver algunas construcciones como si fueran cabañas o algo similar, pero era de noche, no se veía mucho.
Llegamos hasta lo que sería la recepción, una mesa al aire libre en un parque lleno de vegetación. Todo estaba en silencio, un cielo estrellado, un clima perfecto. Hicimos el check in con un muchacho, todos muy amables, una chica nos dijo que nos acompañaba a la habitación pero antes nos pidieron que eligiéramos lo que queríamos desayunar. Nos dieron una lista dividida en tres donde debíamos elegir un elemento de cada parte, por supuesto estaba en inglés, yo estaba cansada y trate de traducirle a Pepe haciendo mi mejor esfuerzo.
Nos llevaron a la habitación, en la planta baja con un hall al aire libre que daba a la pileta y al parque. Era enorme, con grandes ventanales y una limpieza impecable, un agradable aroma a alguna flor y todo decorado con muy buen gusto. Estábamos tan cansados que nos tomamos una gaseosa y una cerveza en el hall escuchando los sonidos de la noche de Ubud y solo recuerdo que cerré los ojos en algún momento. El sueño estaba comenzando.
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