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Otra vez la fiebre
Entre sueños ya sentía otra vez dolor de garganta y no quería despertarme para no hacerlo realidad. Alguien me había hecho tragar un erizo y lo tenía atragantado.
Me quede con las ganas de ir al mercado de Ubud esta mañana. Disfrutamos el último desayuno escuchando los sonidos de la isla y despidiéndonos de a poco. Komang llego a las 10 am para llevarnos al aeropuerto.
Es una sensación extraña la de sentir que te estas yendo de un lugar que probablemente no vuelvas a visitar. Querer llevarse todas las imágenes en la memoria para cuando la nostalgia nos de ganas de volver. Abrazar a una familia que no es tuya pero que te cuidaron como uno mas. Siempre me cuesta irme.
El vuelo fue como estar en algún circulo del infierno del Dante. El erizo seguía en mi garganta y empece a imaginar que las azafatas me traían cobijas que sacaban de un congelador. No sabia si soñaba o deliraba por la fiebre. Lo único que sentía era frío y no podía controlar el temblor.
La escala en Singapur la hice con la cabeza en una mesa del Starbuck , no se como llegue ahí y no se como me fui de ahí. Según Pepe caminando y apoyada sobre su hombro. Ahora el recuerdo de haber estado ahí es como borroso.
Una noche olvidable
Llegar a Puket de noche fue como un deja vu de la llegada a Bali. Otra vez de Siberia al Sahara pero esta vez con 40 grados de fiebre y un ataque de tos. Me agradecí tanto haber elegido un hotel frente al aeropuerto y que nos fueran a buscar.
Caí desmayada en el cama del hotel y Pepe decidió llamar al médico de nuevo. Entre mis delirios pensaba que hubiera pasado si no tenia seguro médico y a donde me hubieran mandado.
Me preocupó la cara de Pepe porque me miraba como velándome, yo me sentía muy mal pero mi percepción todavía no era la de estar tan grave. El seguro médico nos iba a conseguir un lugar para que me van mañana en Phi Phi y eso significa tener que cruzar el mar de Andamán en un ferry en este estado.
No pensé mucho mas y trate de dormir. A las 3 AM las recepcionistas del hotel vinieron a la habitación a ver como estaba y se ofrecieron a llevarme al hospital. No se si estaban tan preocupadas por mi o por la cara de susto de Pepe que no pego un ojo en toda la noche esperando que me bajara la fiebre.
Al grito de “llegamos tarde” me desperté mucho mejor. Teníamos tiempo de sobra, sospecho que estaba soñando. Pepe dio un salto en la cama, seguro llevaba menos de media hora dormido y al abrir los ojos no sabía dónde estaba ni quien era la loca que estaba al lado de él gritando.
En cuestión de segundos, ya ubicado en tiempo y espacio me tomó la fiebre y estaba en 36.3, los huesos estaban en su sitio, las articulaciones empezaban a funcionar mejor y tenía calor, eso era un buen síntoma. Me di una ducha para mejorar un poco mi estado decadente y al parecer el agua se llevó mi voz. En un susurro le dije a Pepe “no tengo voz” y vi una tímida sonrisa en su cara de alivio.
Fuimos en taxi a Rassada Pier, el puerto de Phuket y tomamos el ferry a las ahora archi famosas islas Phi Phi.
El mar lo cura todo
No hay malestar que no cure un paseo por el mar de Andamán. Nos sentamos en el piso de la cubierta a disfrutar un poco del sol de la mañana. 2:30 hs de paseo. La entrada a las islas es sublime. El mar verde esmeralda, los farallones que aparecen como protegiendo las playas del paraíso.
En el muelle de Phi Phi nos cobraron 40 THB por entrar a la isla. Me pregunté como sería cobrarle a cada ser humano la entrada a la ciudad de París, sin duda sería una gran recaudación para el estado pero a todos nos parecería descabellado.
Entrar a Phi Phi era como ingresar a un museo, tenías que pagar su entrada y un poco me enojó. Después supe que era para recaudar dinero que se utiliza en la conservación de la isla que es destrozada por el turismo, las fiestas alocadas, la mugre que dejan y me dio hasta vergüenza pensar que un lugar tan increíble haya sido destruido por una horda de turistas ansiosos de locura. La mayoría de esas personas no tirarían ni un papel al suelo en una ciudad europea, pero creen que en Asia esta bien hacerlo.
El muelle de la Bahia de Tonsai estaba repleto de personas con carteles de hoteles y nombres, como la salida de un aeropuerto. Pasamos por la pasarela y no estaba segura si tenia o no que buscar mi nombre.
El hotel estaba a menos de 50 mts. Pensar que alguien nos vendría a buscar para hacer cien pasos me parecía un poco excéntrico. Pero casi al final del muelle estaba mi nombre y un muchacho con un carrito para cargar las valijas. Esto sí lo agradecí, evitar cargar las valijas aunque sea por medio metro era maravilloso.
Buscar un hotel en Phi Phi nos había resultado muy complicado, no hay mucho y es caro comparado con otros lugares. Casi todos tenían quejas de algún tipo y cada vez que las leía me deban ganas de dormir a la orilla del mar.
Elegí un hotel medio al tun tun. Resulto ser enorme. Nuestra habitación, la 3205, estaba en la parte de atrás, cosa que agradecimos porque daba al lado contrario al muelle que siempre es ruidoso por la llegada continua de ferrys.
Teniamos vista a la Bahia de Loh Dalum, un mar verde transparente rodeado de montañas. Una postal. Quería ir a tocarlo pero no podía dejar de mirarlo.
Salimos a caminar por la isla que no es tan grande pero tampoco tan chica como yo la imaginaba. Su camino central tiene muchas tiendas y restaurantes. La bahía tiene cientos de long tail balanceándose en el agua, la típica postal de Tailandia y de Phi Phi que recorre el mundo.
No vimos mucho mas que eso. Nos compramos unos sándwiches en el 7-11 el clásico supermercado del sudeste asiático que todo viajero frecuenta y nos fuimos a comerlo a la playa que habíamos visto desde la habitación.
Para nuestra sorpresa, casi no tiene arena, el mar es precioso pero el espacio es tan chiquito y hay tanta gente que empieza a parecerme un lugar de paso para recorrer las islas de alrededor que para disfrutarla.
No podíamos no meternos en ese mar turquesa y tibio, el día estaba delicioso. Seguimos caminando hasta que se hizo la noche y ya habíamos dado vuelta al camino de la isla.
La gente que solo viene de excursión por el día ya se habían ido y solo quedábamos los que estamos parando aca y que no somos pocos. La noche se volvió festiva, gente y música por todos lados, la isla parecía una boliche.
Entramos a comer una pizza al primer lugar que vimos con una mesa libre y lo disfrutamos. Sabemos sacar lo mejor de un lugar aún cuando no es lo que esperábamos.
Nos fuimos a dormir y vi desde el balcón de la habitación una fogata a lo lejos, vi bolas de fuego que volaban por el aire y música, me dio curiosidad y me quede un rato mirando la oscuridad del mar y escuchando los sonidos de la juerga nocturna de Phi Phi.
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