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Cuando el cine destruye un paraíso
No había puesto despertador pero la tos cumplió esa función, de todas maneras no me iba a quedar en cama ni mucho menos, quería salir a recorrer los alrededores de la isla.
Por muy increíble que parezca, una película puede terminar arruinando un lugar. Así como conté en este post lo que pasó en Bali luego de la película Comer, Amar, Rezar, en Tailandia hay otro de estos fenómenos en la islas Phi Phi y es Maya Bay que ahora lleva el mote de “La de la la película de Leonardo Di Caprio”.
Era una isla paradisíaca, solo algunas personas que llegaban hasta Phi Phi tenían el privilegio de poder llegar hasta ese lugar virgen, de aguas turquesas, habitada por miles de peces de colores y rodeada de acantilados de roca caliza. En el año 2000 se estrena la película La playa con Leonardo di Caprio y miles de turistas empezaron a llegar a Phi Phi Don, la Isla habitada mas cercana a Maya Bay.
Internet y las redes sociales hicieron el resto del trabajo a lo largo de los años y las hermosas Islas se convirtieron en un enjambre de turistas que vienen de fiesta o vienen de paso dejando mugre y algunos destrozos. Los que la conocieron antes dicen que la arruinaron y ahora ver Maya Bay sin gente es una misión imposible.
A pesar de estos malos comentarios sobre Maya Bay queríamos ir a verla, así de porfiados que somos y para sacar nuestra propia conclusión.
Se busca chofer con bote bonito
Antes de salir a buscar a alguien que nos lleve, desayunamos en un sector del hotel casi al aire libre, con techo pero sin paredes. Era muy temprano, sabíamos que si queríamos ver Maya Bay antes que llegaran todos los long tail teníamos que madrugar.
Fuimos a la playa de la zona norte, Loh DaLum Bay. Vimos cientos de Long Tail amarrados en la orilla y pensamos que estábamos bien con la hora, si estaban todos ahí era señal de que todavía no había salido tanta gente.
Si bien lo mas común es alquilar un long tail entre varios para que sea mas económicos, queríamos negociar uno para nosotros solos y poder recorrer a nuestro tiempo.
Teníamos un numero en la cabeza de lo que podían cobrar pero sabíamos que parte del folcklore es el regateo y ahí estaba yo, preparada para la lucha cuerpo a cuerpo por un bote barato.
Miramos todos los long tail que estaban hamacándose en la orilla y como si fuéramos a comprar uno empezamos a elegir cual nos gustaba más. Algunos recién pintados, impecables ya adornados con guirnaldas de flores y telas coloridas, otros daban la sensación de que al arrancar la mitad del bote se quedaba encallado en la orilla.
Negociaciones en la arena
Elegimos uno muy bonito, de colores llamativos y que en apariencia estaba en buen estado.
La negociación se llevó a cabo en la arena, un amable y gracioso tailandés, que no hablaba nada de inglés, dibujaba en la arena con un palito el valor del paseo y nosotros con otro palito tachábamos ese valor y escribíamos el nuestro. El chofer pensaba unos segundos y tachaba nuestro número escribiendo otro superior y así, en unas cuantas idas y vueltas llegamos a un acuerdo para no pasarnos el día escribiendo en la orilla cosa que al muchacho le parecía divertido.
Ahí quedo nuestro ticket en la arena, el negociador levantó la vista, pegó un grito y un pequeño tailandes salio del mar, de la tercera fila de botes, le dijo algo en su idioma, nos señaló que lo teníamos que seguir y el muchacho nos levantó la mano, no se si para saludarnos o para que lo viéramos. Asumimos que iba a ser el chofer, no teníamos problema con eso, si estaba ahí es porque tenía experiencia.
Nos paramos al lado del bote que habíamos elegido, esperando que viniera con una escalera para poder subir y vemos una manito que nos sigue haciendo señas para que lo sigamos.
Con el agua a la rodilla y levantando las cámaras llegamos a “nuestro” bote. Escondido entre unos coloridos long tail estaba este bote de madera. Decir que solo estaba despintado sería muy generoso.
Al subir, cada pedazo de madera crujió, parecía que el pobre bote pedía a gritos que lo jubilaran. Lo mire a Pepe que todavía estaba en al agua y no pudimos más que reírnos. Que no cunda el pánico que al menos hay chalecos salvavidas.
La Isla famosa y el recuerdo del tsunami
A los cinco minutos de haber salido de la costa notamos que ruido del motor era un poco extraño, no es que fuéramos expertos en long tail pero tosía como si se estuviera ahogando y eso no era señal de buena salud. Y en una última tos, pum, el motor se apagó.
El chofer corría de una punta a la otra mientras trataba de hacerlo arrancar. La costa ya estaba lejos como para volver nadando y todo lo que se divisaba cerca parecían islas deshabitadas que si llegábamos hasta ahí seriamos los nuevos Tom Hank de náufrago.
Solo miré si entraba agua al bote para tener en cuenta cuanto tiempo nos quedaba y como al menos eso estaba en buenas condiciones respire profundo y nos sentamos a mirar el paisaje hermoso que nos rodeaba.
Si no fuera por las corridas del muchacho hubiera pensado que era una parada estratégicamente pensada para escuchar el ruido del mar y la naturaleza en silencio.
Unos cuantos golpes y ruidos extraños después el motor volvió a escupir gasolina y me dio otro ataque de contradicción de esos que me pasan en los viajes.
Me dieron ganas de tirarme al agua a gritarle a los peces que nadaran lejos de nosotros. Imaginé la cantidad de contaminación que generaba este long tail roto, pero mirando alrededor se podían ver cientos de botes en condiciones similares. Y otra vez no iba a cambiar al mundo ni a salvar el planeta pero tampoco puedo dejar de pensarlo.
Llegamos a Maya Bay como a las 10 AM, demasiado tarde para mi gusto, la playa ya estaba llena de gente. Se notaba que tuvo mejores días de paraíso virgen, porque a pesar de todo era un lugar increíble.
Nadar entre los botes que se estacionan en filas a lo largo de la costa es complicado. La playa es chiquita y llena de gente. El ruido de los motores y los gritos de la gente le quitan todo sentido de tranquilidad y belleza.
También te cobran para entrar, por la misma razón que en Phi Phi, por la mugre que dejan las visitas.
Estuvimos un rato y como siempre le ponemos onda a todo nos divertimos en el agua tratando de sacar una foto en la que no entrara nadie mas que nosotros dos. O haciendo snorkel buscando algún pez nadando entre las cientos de piernas.
Nuestro chofer seguía corriendo dentro del bote tratando de arreglar el motor, tal vez si nos quedábamos en esta isla una noche no estaba tan mal, a la mañana siguiente teníamos miles de opciones para volver y podíamos ver el lugar sin gente en la madrugada.
Para darle un poco mas de tiempo, fuimos a caminar un poquito por el sendero de la isla. Ver el cartel de evacuación ante un tsunami da un poco de miedo, sobre todo porque una ola de la altura de un tsunami podría llevarse la isla entera y no hay donde correr. Tal y como pasó en el 2004 cuando olas de 30 mts. arrasaron con la isla de Phi Phi y otros tantos lugares de Tailandia, Indonesia, Sri Lanka, India y Malasia, dejando mas 270000 muertos y desaparecidos. Cuando ves ese cartel y te imaginas lo que sucedió te da escalofríos.
Me quede un rato pensando en eso y volvimos a la costa, la cantidad de gente que había ya era intolerable. Nuestro chofer estaba sentado y asumimos que el bote estaba. Le pedí que nos llevara a algún lugar donde no hubiera tanta gente y pudiéramos hacer un poco de snorkel y ver algún pez que no tuviera una pierna al lado.
Snorkel seguro
Nos llevo a una costa donde no había nada de nada, ni un bote. Apagó el motor -o se apagó de nuevo, nunca lo sabremos-, se calzó las patas de ranas, el snorkel y se tiró cual campeón olímpico al mar turquesa, segundos después, salió a la superficie y nos hizo seña para que nos tiráramos.
Me puse el snorkel, agarre la camarita y cuando estaba a punto de bajar lo veo a Pepe mirando el salvavidas que ya tenía puesto, lo miraba como buscando alguna etiqueta y me miro diciendo “ Che, esto no estará vencido no? Funcionará?” lo seguí mirando esperando una risa que acompañara el chiste pero lo preguntaba en serio y aunque en el fondo me genero la duda a mi también, me reí y le dije que se tirara.
Baje por la escalera del long tail, cuando estaba en el agua me solté muy muy despacio para verificar que flotaba, cuando me di cuenta que todo estaba bien, le hice señas a Pepe y me lance a buscar peces de colores.
Para nosotros fue una experiencia maravillosa, seguramente para alguien que hace snorkel o buceo en profundidades esto le parecería como estar en una pecera viendo dos peces payasos, pero para mí estar rodeada de peces, el mar cálido y transparente era un sueño del que no me quería despertar.
No sé exactamente cuánto tiempo estuve en el agua, vi que Pepe se había subido ya cansado o aburrido y el chofer seguía mirando el motor con el snorkel y las patas de rana como un mecánico en el foso de agua.
El delfín invisible del mar de Andaman
Seguimos andando en el long tail y si algo le faltaba a esta aventura era al chofer gritando emocionado “Luk, luk a Delfin”, se entendía perfecto que estaba diciendo “Look look a Dolphin” tampoco me voy a hacer la canchera que yo lo pronuncio igual pero sin el acento tailandés que lo hace más gracioso.
No paraba de gritar “Look Look” y señalaba un lugar donde yo solo veía agua y agua y más agua y el no paraba de gritar “Dolphin Dolphin Look” con Pepe de verdad nos esforzábamos por ver un Delfín que hasta el momento era invisible.
Al parecer no estaba dispuesto a que nos fuéramos sin que veamos el delfín. Apagó el motor y se vino entre medio de nosotros, nos pasó el brazo como si fuera una mirilla y nos señalaba un punto en el mar. Seguía gritando y yo seguí viendo agua, o bien el delfín era muy pequeño, era una especie que se mimetizaba con el agua o yo estaba miope.
Me di cuenta que el muchacho no iba a parar hasta que lo viéramos y podíamos pasar el resto de nuestro ahí parados. Al siguiente grito “look look” yo también grite y dije “Pepe!!! Ahí!!! Mira un delfín”. Pepe me miró y se dio cuenta que necesitaba que él también lo “viera”. No pudo evitar largar una risa y asentir como si también lo estuviera viendo. Imagine un hermoso delfín saltando delante de nuestro en una pirueta, saludándonos con la aleta y todos seguimos viaje contentos.
Viking cave, los nidos comestibles y fin de la travesía
Pasamos por pileh lagoon, una playa metida hacia adentro que parece una laguna –por eso el nombre- hermosa, el agua turquesa pero al igual que todo lo demás era un cumulo de long tails y algunos yates.
Empezamos a regresar, pasando la parte norte de Koh phi phi lee nos detuvimos frente a viking cave. Se llama Phaya Nak en realidad y en ese lugar anidan unas aves llamadas swifler, muy parecidas a las golondrinas. Sus nidos son comestibles y en algunos países asiáticos como China se paga hasta 2500 dólares el kilo para hacer una sopa que según dicen es buena para la virilidad y para la salud en general.
Para recolectarlos se colocan unos andamios de bambú muy precarios sobre las rocas y los cazadores de nidos se trepan en la oscuridad para encontrarlos. Pasan varios días escondidos en las cuevas, hacen ofrendas y rezos antes de subir para estar protegidos. El nombre de Viking Cave proviene de unas pinturas que se encontraron en el interior de la cueva con unos dibujos de barcos estilo vikingo.
Llegamos a nuestra costa y después de un chapuzón en el mar nos fuimos a la pileta. Pepe necesitaba catar una cerveza tailandesa. La mayoría de las personas se lleva un suvenir de los lugares que visita, Pepe se lleva puesta una cerveza local.
Una médica española que paraba en nuestro hotel nos contó que bajando del bote piso un erizo de mar, esas simpáticas pelotas pinchudas que me había parecido tan simpáticas en el fondo del mar resultan ser un dolor de cabeza si las pisas, se te clavan los pinches y te levanta una fiebre espantosa, por suerte la médica era médica y tenía un arsenal de medicamentos según nos contó y de alguna manera me sentí estúpidamente segura sabiendo que había una médica que hablaba español en el mismo hotel hasta que me dijo estaban volviendo a España hoy.
La tos me estaba dejando sin voz otra vez y para mí no poder hablar es casi como no poder respirar. Me estaba desesperando un poco pero no me quise ir a dormir sin antes recorrer la noche en Phi Phi que no fue nada del otro mundo. Unos sandwiches después ya estaba dormida.
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