El vuelo hasta Panamá fue espectacular!, luego de la emoción del despegue y unas cuantas risas mas quise hacer uso de la maravilla tecnológica de tener una pantalla en mi asiento, sigo siendo una chica del interior que no pierde la capacidad de asombro.
Creo que había unas 8 películas para ver de las cuales me interesaban 3 así que me preocupaba que iba a hacer el resto del tiempo cuando se me acabaran las películas y me había olvidado todos los apuntes sobre La Habana que iba a traer para leer en el avión.
Puse la primera, 10 minutos después estaba en mi quinto sueño y solo me di cuenta cuando Pepe me despertó para la “cena”, no sé cuanto había pasado del despegue pero creo que una hora, no más que eso, así que a la 1 de la madrugada ya nos estaban trayendo la cena!. Recordé lo “asquerosa” que me habían dicho que era la cena de avión y baje el nivel de entusiasmo, pedí pollo, un pollo no le puede salir horrible a nadie, ni siquiera al “chef” de un avión.
No sé si los aviones me daban hambre o la altitud genera un cambio en las papilas gustativas pero a mí la cena me pareció maravillosa, no recuerdo mucho a que sabía porque solo recuerdo que con el último bocado volví a caer rendida bajo la mirada odiosa de Pepe que no puede cerrar un ojo cuando vuela.
Para mi era una cuna entre las nubes, incluso somnolienta mi cabeza no para de delirar, llegue a pensar que no sería nada raro que le pusieran algo al aire del avión en los vuelos nocturnos para que la gente pudiera descansar, como sea a Pepe no le funcionaba y yo no lo necesitaba.
Aterrizando en La Habana
Nueve horas y una pequeña escala en Panamá después, estábamos a punto de aterrizar, yo estaba como si hubiera dormido en un spa, completamente despierta. El avión daba vueltas en giro y en mi imaginación lo hacía para esperar que se liberara la pista de aterrizaje, porque era una isla chica y en proporción todo lo era, incluso el aeropuerto, Pepe me respondió que era posible y no sé si respondió riéndose por dentro o porque es más fácil eso que ponerse a analizar conmigo otras posibilidades sin haber dormido ni una hora.
Empezó el descenso y otra vez esa extraña sensación que había sentido en el aterrizaje en Panamá, que nada tiene que ver con el despegue!. En el despegue uno va a levantar vuelo, empieza a sentir la velocidad en la pista, ve como las cosas se alejan rápidamente y quedan chiquitas allá abajo mientras entra en las nubes literalmente hasta ver el sol o la luna en la ventana y estás en el cielo.
Aterrizar es otra cosa, aterrizar es la sensación de caerse en cámara lenta, como cuando uno tropieza y sin darse cuenta ve como las cosas del piso empiezan a acercarse a la nariz. Ya la sensación de vacío en el estomago cuando baja de altitud rápidamente es espantosa y cuanto más cerca de la tierra está, parece que en vez de frenar acelera y viene ese momento donde dudas de toda la ciencia y sentís que es imposible que esas dos rueditas sostengan el aparato y que es inminente el estrolamiento contra la pista.
Te acordás otra vez de todas las películas de catástrofes aéreas, mirás la cara de la azafata a ver si se percibe miedo y ahí “paff” las ruedas tocan el asfalto y dependiendo de que tan George Clooney te toca de piloto, puede ser que rebote o siga su curso con la siguiente afirmación de que es imposible que existan frenos capaces de detener a esa velocidad ese aparato.
Ya me enteraría después como es el sistema de frenado de un avión que nada tiene que ver con el de un auto, unos larguísimos minutos después el avión frena y vuelvo a respirar. Conclusión del vuelo completo: El despegue me emociona, el aterrizaje me aterroriza y puedo comer cualquier cosa, hasta comida de avión.
Al fin pisando suelo Cubano: Llegando a La Habana
Todo para mi era nuevo, entrar en un país no era decir “Buen día” y abrir la puerta, había que pasar primero por migraciones, responder preguntas, presentar papeles (visa, seguro medico…) y evidentemente para trabajar en migraciones hacen un casting para ver quien tiene más cara de traste, debe ser un requisito excluyente, no se les cae una sonrisa ni con un bebe!. Habia uno en la casilla de al lado y le tenían que sacar una foto a la entrada (como a todos, también a los bebes) y la nena no paraba de hacer morisquetas y reírse lo que generaba una contagiosa risa a todos los que estábamos alrededor menos al señor que tomaba la foto, empiezo a dudar de estar en el país de la risa y el baile!
Cuando salimos al hall lo primero que hicimos fue ir a cambiar plata al menos para llegar hasta el hotel, ya cambiaríamos mas cantidad después en alguna cadeca de la ciudad. Me encanta ya estar usando palabras cubanas como cadeca que no es ni más ni menos que CAsa DE CAmbio pero suena tan cubano!.
Salimos a la calle y sentimos el primer contacto con La Habana, el calor húmedo que nos llego a la cara un segundo antes de que doscientos cubanos se nos avalancharan para ofrecernos un taxi, no sé como hizo Pepe pero eligió uno supongo al azar y minutos después estábamos rumbo a La Habana vieja en un auto de los años 50, era magia!
Ya había leído bastante, sabía que en la habana la mayoría eran los autos que habían quedado desde la revolución cubana en 1959, pero una cosa es leerlo y otra es estar ahí y subirse a uno de ellos!. Cabe aclarar que no son autos tuneados, ni siquiera modernizados (bueno algunos si) como podría tener algún coleccionista en nuestro país, son autos que hace mas de 50 años que están funcionando a diario.
Lo primero que hice al subir fue instintivamente buscar el cinturón de seguridad, todavía lo estoy buscando, nada de eso! No hay leyes de tránsito salvo las de supervivencia cotidiana que solo ellos entienden.
Bicitaxis, carros, tuc tuc, autos de los 50 tosiendo gasoil, todos en una carrera por llegar a algún lugar, sin semáforos en casi ninguna calle y un milimétrico calculo en la ley del “pasa el que llega primero”.
Los ojos no me daban para mirar para todos lados, el día estaba soleado hacía mucho calor y lamente horrores haber puesto la mochila con la cámara en el baúl del auto. Lo mire a Pepe que no me soltaba la mano y le vi la emoción en los ojos, él no es como yo, las emociones le pasan por dentro, pero La Habana se las estaba sacando, nos miramos y estábamos con la sonrisa tallada. Esto iba a ser una aventura!
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