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Conociendo clínicas del Sudeste Asiático
La tos no me estaba dejando ni hablar. Tuve que llamar al seguro médico una vez más, nos estábamos yendo a Railay, una playa de Krabi a la que solo se llega por bote y para encontrar un hospital tendría que ir a la vecina Ao Nang en bote o nadando.
Me quedé con las ganas –y enojada- por no poder hacer snorkel, tener un ataque de tos debajo del agua no debe ser cómodo y si terminaba ahogada en el mar de Andamán le cagaba el resto del viaje a Pepe.
Para mi sorpresa sí había una clínica en Phi Phi, después me enteré que hay un hospital y otras tres clínicas privadas más, imagino que se hicieron con el boom del turismo y que son quienes más las frecuentan.
Me toco la Worldmed Clinic, un lugar chiquito híper limpio, lo aclaro porque al menos a mí la limpieza en un hospital me da tranquilidad. Dejar los zapatos en la puerta es obligatorio y andar en patas por toda la clínica me era como estar en casa pero raro.
A diferencia de mi visita el médico en Bali (leer aquí) había un médico que hablaba en español y tenía ganas de hacerlo. Me dieron una bolsita coqueta llena de remedios, pastillas para la fiebre, pastillas para la congestión, spray para el dolor de garganta, jarabe para la tos y otra pastilla que no entendí bien para que era. No sé si esta batería de remedios me van a curar o solo voy a estar lo suficientemente drogada hasta que pase la gripe, pero las voy a tomar.
Me fui con todas las indicaciones en cada paquetito con nombre, una maravilla. Lo más importante, no tuve que pagar nada de nada, entre esto y lo de Bali hubiera sido una fortuna que hubiera arruinado mi viaje, por eso no me canso de decir a quien viaja que lo haga con un seguro médico, la medicina es muy cara fuera de casa.
Un par de pastillas después ya estábamos subiendo al ferry que nos llevaría a Railay. Tenía muchas expectativas sobre este lugar y eso a veces no es bueno, había leído sobre lo maravillosa que era esa parte de Tailandia y Phi Phi me había decepcionado un poco.
Tocar el cielo con los pies
El ferry salió puntual, a las 15:30 hs. al rayo del sol era freírse, pero con la brisa del mar y del lado de la sombra era otro mundo. Pepe se fue adentro, yo me quede sentada en el borde con los pies casi tocando el agua.
El olor a mar, el ruido del agua mezclado con el ruido del motor del ferry, las gotas del mar salpicándome, la brisa húmeda en la cara, una sensación que me iba a llevar conmigo, como tocar el cielo con los pies.
Hora y media después llegamos a Railay -o casi-, los motores se apagaron, pero estábamos bastante lejos de la costa como para bajarnos. La gente se empezó a amontonar en la escalera, imaginé que iban a tirarse uno por uno al agua para llegar nadando a la costa.
La fotógrafa caprichosa
Llego un Long Tail de esos a los que no te subirías ni para la ultima aventura de tu vida y unos gritos después empezaron a volar las valijas del ferry hacia al bote y cuando digo volar es volar.
Cuando me dijeron que el ferry no llegaba a la costa no se me ocurrió pensar como sería el sistema para llevarnos, pero seguro que no se me hubiera ocurrido éste.
Las revoleaban para arriba y aunque yo desde mi lugar no veía el destino final, supuse que iban cayendo dentro del bote destartalado al otro lado. Al mismo tiempo, la gente iba bajando por una escalerita mientras el ferry seguía balanceándose cual hamaca y se subían a otro long tail en estado muy similar al de las valijas.
Estaba llegando a la escalera y pude ver mi valija donde tenia el equipo de fotografía, la agarré, la abracé fuerte y me dispuse a bajar la escalera.
En el primer escalón que bajé, una mano firme se puso delante mío y un NO contundente que se entiende en todos los idiomas me frenaron. Miré el bote de gente que ya estaba como el subte en la estación miserere un lunes a las 8 am y entendí que me estaba diciendo que debía esperar al próximo.
Me quede paradita y me señaló la mochila que tenía apretada contra mí, me estaba diciendo que yo tenía que subir al bote y mi mochila debía ser revoleada.
Mi cara primero fue de asombro y después de un contundente NO. Si algo iba a ser revoleado de seguro no era mi equipo de fotografía. El muchacho con cara de patovica tailandés experto en muay thai estaba parado frente a mí y no tenía intensión de moverse hasta que bajara la mochila.
Opte por el plan B, a veces me funciona, llenar los ojos de lágrimas al estilo gato con botas y explicar en un spanglish al tailandés que era “photographic equipment to work». No se le movió ni un músculo de la cara y seguía señalándome el long tail de las valijas repleto unas encima de otras.
La mitad del ferry estaba detrás mío esperando para disfrutar de Railay, todos al rayo del sol y con 40 grados punteándome cada uno en su idioma. Fui por el plan C, me abrace a la mochila fuerte, muy fuerte y ya con lágrimas en los ojos cual niña caprichosa con su muñeca, empecé a decir “No, no, no”, y no estaba actuando, a esta altura ya estaba aterrorizada de ver volar mi cámara y todo el equipo por el aire.
No es que le haya tocado el corazón al muchacho, ni mucho menos, la gente se empezó a poner un poco nerviosa, el tiempo estaba frenado entre la voluntad inquebrantable de un tailandés y el capricho firme de una argentina.
Ante los gritos que empezaron a surgir detrás de mí en idiomas varios y que me gusta pensar que decían “Dejala subir a la piba que tiene razón!” no tuvo más remedio que dejarme subir con mi mochila. Lo llené de “thank you’s” como si fueran abrazos y me enlate como sardina en el botecito.
El long tail avanzo unos metros y nos dejo en un muelle flotante donde nos dieron nuestras pertenencias. Hacer rodar las valijas en un muelle flotante de tambores plásticos unidos es bastante difícil, pero peor hubiera sido cargarlas sobre la cabeza caminando por el agua –vi a varios haciendo eso- así que no nos quejamos tanto y llegamos a tierra firme.
Perderse en un lugar con dos calles
Llegamos a un caminito y empezamos a mirar para todos lados tratando de encontrar el hotel. En Railay hay 2 calles y 2 playas principales, la este y la oeste, no te podes perder. Bueno, yo si pude, me perdi en dos calles!, intentamos preguntar y las indicaciones eran tan dispares que girábamos en círculos sobre nuestros pies. No se cuantas veces pasamos por los mismos lugares, parecía el día de la marmota viviendo una y otra vez el mismo momento.
Le preguntamos a un muchacho que paso en un caddy -los autitos que se usan en las canchas de golf- le preguntamos por el nombre del hotel y tan simpático el hombre nos dijo que nos subamos, nos ayudo con las valijas y nos llevo hasta la puerta del lugar que estaba justo del otro lado, en la playa oeste, después nos daríamos cuenta que el autito era de nuestro hotel!.
El hotel si bien no es como el de Phi Phi pero está bastante bien. La recepción está casi sobre la playa y el restaurante es al aire libre a metros del agua, hermoso. Podía imaginarme desayunando ahí.
Nos recibieron con toallitas húmedas, el calor es agobiante y esas toallitas se agradecen un montón en todo el sudeste asiático. Nos tocó el 202, no son habitaciones, son como bungalows que dan a un camino o a la pileta y la pileta da a la playa.
El nuestro estaba frente a la pileta y el mar. En la puerta había un cuenco con agua y un cucharon gigante para lavarse los pies antes de entrar. Una idea maravillosa para sacar la arena y no ensuciar el interior.
Dejamos las cosas en la habitación y nos fuimos a dar una vuelta, no había mucho para ver. Railay es chiquita y estaba atardeciendo. Aprovechamos para averiguar sobre las excursiones para mañana, nos resultaban bastante caras y no contratamos ninguna. Mañana vamos a decidir.
El sol estaba cayendo, nos sentamos en la arena y otra vez estábamos dentro de una postal. El sol cayendo detrás de los long tail con el sonido de las olas, los colores del cielo, la playa rodeada de acantilados. Nos quedamos hasta ver el último rayo, hasta que el cielo se volvió azul profundo y luego negro, no queríamos que el tiempo pasara tan rápido.
Los visitantes que pasan solo por el día ya se habían ido y Railay se volvió tranquila y silenciosa, con la gente caminando por la playa, yendo hacia los restaurantes o sentados a ver la noche en la mar de Andamán. Una postal tras otra.
El jacuzzi tailandés
La noche era perfecta para darse un baño en el jacuzzi de la cabaña, un cierre ideal para un día como el de hoy. Primero intente con lo que me parecía mas lógico que era abrir la canilla, el agua salía en un chorrito que según mis cálculos aprendidos cuando estudiaba física, podía tardar en llenarse unas seis horas. Evidentemente no era esa la canilla o la manera.
Vi varios botones al borde de la bañera que si estaban ahí para algo serian. Apreté el primero y un ruido de tuberías por explotar empezó a retumbar por el baño, Pepe vino corriendo, pensando que iba a destrozar un jacuzzi que no íbamos a poder pagar.
Apreté el botón de nuevo y el sonido se detuvo pero seguía sin funcionar, lo mismo hice con el segundo botón, otra vez un ruido del mas allá, un gorgogeo que parecía el mismísimo satán haciendo gárgaras. No me iba a dar por vencida yo quería darme un baño en el jacuzzi.
Llame a la recepción y explique que no funcionaba. Vuelvo a aclarar que mi inglés es malo, muy malo y los tailandeses no son precisamente los mejores habladores de inglés. No tengo manera de reproducir lo gracioso y tenebroso que suena una conversación entre un tailandés y yo hablando en inglés.
Contra todo pronóstico alguien golpeo a la puerta y era un muchacho que venía a prender el jacuzzi, o eso entendí. Lo seguí hasta el baño y vi como hacia las mismas maniobras que yo minutos antes. Abrir la canilla, apretar los botones, asustarse con el ruido y mirarme desorientado, volvió a probar y me hizo cara de “no sé”.
Me hizo seña que lo siguiera, fuimos a la mesa de luz, descolgó el teléfono y me dio el tubo haciéndome señas de que hablara. No se que quería que dijera pero me di cuenta que este muchacho sí que no hablaba nada de inglés, nada de nada.
Volví a explicar por teléfono que el jacuzzi no funcionaba. Minutos después otro muchacho llegaba a la habitación. A ésta altura ya tenía más ganas de dormir que de pegarme un baño, pero no se puede negar la voluntad de los chicos de cumplir mi deseo.
Éramos cuatro en el baño, los dos chicos discutían en tailandés sobre el funcionamiento y no lograban hacerlo andar. El último que había venido se fue y pensé que iba a buscar alguien que viniera desde Bangkok a hacer funcionar esta máquina del demonio.
Sonó el teléfono y me pidieron hablar con el muchacho que estaba con nosotros. Parecía ser que le habían dado las instrucciones porque corto y me pidió que lo siga al baño. Abrió la canilla y me hizo seña de que había que esperar.
No sabía si reírme o llorar, ¿esperar que?, esperar que se llenara de agua la bañera con ese chorrito mínimo!. El chico estaba dispuesto a quedarse ahí hasta que se llene y asegurarse que funcionaba todo!
Los tres en el baño viendo el hilo de agua caer era una escena de Almodóvar. Si al menos le hubiera podido preguntar algo de Tailandia o de su familia el tiempo hubiera pasado más ameno.
Afortunadamente mis cálculos de física eran erróneos, -por algo deje la carrera-, media hora después el jacuzzi estaba funcionando y el chico estaba mas contento que nosotros. Por un momento pensé que se iba a quedar ahí esperando que nos metiéramos, sonreía pero seguía ahí. Le agradecí varias veces, y entendió que ya podía irse que nos había hecho muy felices!
Era mi primera vez en un jacuzzi y después entendí que es lógico que primero debe llenarse de agua de la bañera para luego encenderlo y que haga burbujas. Ese sonido de cañería era justamente porque faltaba agua en la bañera. Ninguno de los 4 nos dimos cuenta de esta situación.
Lejos estuvo de un baño romántico, no podíamos parar de reírnos y hacer chistes sobre la situación. No fue más que un baño de pileta con burbujas que se lo merecían más los dos muchachos que nos ayudaron que nosotros.
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