Monos y caminatas
Tengo mucha sensibilidad auditiva, dicho más de entre casa, tengo un oído de mierda, y hay ciertos sonidos –muchos- que me despiertan o no me dejan dormir; goteras de agua, voces, ruidos de vajillas o muebles, música, ronquidos, etc.
A las 7:00 AM me desperté con el sonido de tazas y en el fondo algunos pájaros, abrí los ojos despacio y entre las cortinas de los ventanales se veía una sombra colocando el desayuno en la mesita del porche de la habitación entre los rayos del sol asomando.

Hotel Nyoman Sandy – Ubud
Habíamos dormido de maravilla. Nos levantamos despacio, siempre me gusta disfrutar de despertar en lugares diferentes, los sonidos, los olores, las luces y sombras, las sensaciones.
Salimos al porche, al aire libre y el día estaba totalmente despejado, con una brisa muy suave que se agradecía y el sonido del agua de la pileta con su cascada. El desayuno estaba servido y un muchacho limpiaba las reposeras y acomodaba el jardín.
Cuando nos sentamos a disfrutar el desayuno, me detuve un momento a mirar todo lo que había en la mesa. Nos miramos y nos largamos a reír lo más bajo que pudimos, era evidente que entre el cansancio que teníamos anoche y lo terrible que es mi inglés, había elegido un desayuno muy poco ortodoxo.
En la mesa había un pancake de ananá, eso ya era extraño, un tazón de frutas desconocidas, tostadas con alguna especie de queso y un omelette de hongos, tomate y ¿ajo? No se en que momento leí eso anoche cuando elegí que desayunar, pero hoy voy a ir con traductor en mano, tengo miedo que mañana me sirvan un cordero a la naranja con un café con leche. De todas maneras estaba delicioso! El café bien suave como me gusta a mí y el omelette, incluso con el ajo a las siete de la mañana estaba buenísimo.
Ya teníamos energía suficiente para caminar bastante bajo el sol y el calor balines. Salimos por el camino de la casa, el mismo por el que entramos anoche a oscuras, y fue toda una sorpresa, me pareció un lugar mágico, lleno de vegetación, como un pequeño bosque privado. A cada paso nos encontrábamos con alguien que juntaba sus manos como en rezo y reclinándose nos saludaba con una sonrisa encantadora.
En el camino había varias “cabañas” como las llamaríamos nosotros, pero con estilo balines, una tenía un cuadro en la entrada con la foto de una pareja y antes de llegar a la entrada nos encontramos con una especie de templo, un altar con ofrendas que todavía humeaban.
Tenía la cámara colgada al cuello y había una señora muy amable que nos saludo de la misma manera y me atreví a preguntarle si podía sacar una foto al lugar. Por señas entendí que podía y luego tratando de comunicarnos entendimos que era la dueña, llamada Wayne (o algo así), esa parte de la casa era una especie de altar para las almas de los antepasados a las que se les coloca ofrendas todos los días.
Nos contó que sus hijos vivían ahí en esas cabañas que habíamos visto. Uno de sus hijos es médico y vive en Denpasar, la capital de Bali y una de esas cabañas es de él y su familia. Otro de sus hijos es Gunadi, quien está a cargo del hotel. Fue tan amable que daban ganas de sentarse con ella a charlar un largo rato!
El calor ya nos pegaba fuerte y así con las mochilas, el agua y la cámara salimos para el centro de Ubud. El camino hacia la calle principal es único pero serpentea bastante y a pesar que son varias “cuadras” esta tan lleno de detalles que nos detuvimos varias veces a ver esas casas increíbles todas con sus templos, sus ofrendas, sus Dioses y Demonios protegiendo las entradas de los malos espíritus, su gente con las ofrendas. Pensé que a ese paso no iba a llegar nunca a la calle principal, estaba fascinada y esto recién empezaba.

Ganesha frente a un local en Ubud
A medida que nos íbamos acercando al centro de Ubud los sonidos fueron cambiando, más ruidos, más locales de venta, mas gente y finalmente al llegar a la calle principal el panorama cambio completamente, motos y mas motos, bocinas, un transito que parecía el éxodo del fin del mundo. Caza turistas que quieren llevarte a recorrer Ubud, te invitan a tomar un masaje o a entrar en su tienda. ¿Cómo fue que en menos de 5 minutos pasamos de la paz al caos?
Al parecer así es Ubud desde que se volvió famoso con la película de Julia Roberts “Comer, rezar, amar”, atrajo muchos turistas, por un lado mujeres buscándose a si mismas y a un amor con estilo Bardem y por otro personas buscando paz interior en centros de yoga o retiros en algún templo.
Acercándose al centro de Ubud brotan turistas por todos lados y como nos gusta conocer todo lo que un lugar tiene también esto era parte. Si se abstrae un poco de esa situación, sigue siendo un lugar interesante, con sus locales protegidos por los Dioses y las ofrendas, la gente amable, la decoración tan típica.
Fuimos al mercado, tiendas y tiendas de ropa, artesanías típicas balinesas y los clásicos souvenirs. Todos con una calculadora en la mano donde te van mostrando lo que vale y como va quedando el numerito luego del obligado regateo.
Particularmente no me gusta el regateo pero entiendo que es parte y hago mi mayor esfuerzo sabiendo que el precio inicial es muy superior a lo que realmente vale. Lo único que compramos fue un par de gorros porque ya nos estaban saliendo llamas de la cabeza, la verdad es que los precios eran muy baratos y daban ganas de llevarse varias cosas sobre todo si sos como yo que quiere llevarse “recuerdos” de cada cuadra.
Habíamos deliberado bastante sobre si ir o no al Monkey Forest y sobre mis contradicciones. Es una reserva natural donde habitan mas de 600 monos macacos, que si bien es un área donde están libremente no deja de ser un espacio invadido por cientos de personas que quieren tocarlos, fotografiarlos, perseguirlos etc, y como no nos gustan los zoológicos y lugares donde los animales no están libres en su hábitat natural. Me costo mucho decidir entrar al parque. La experiencia no fue desagradable ni mucho menos, la pasamos bien y lo cuento en este post (Monkey Forest) con más detalle.
Cuando salimos eran más de las 12 AM, teníamos bastante hambre, en una corta caminata entramos a comer a un pequeño warung –restaurante familiar- llamado Lapa Lapa. No se si era un lugar muy turístico pero no lo parecía.
El calzado se deja en la puerta de entrada (salvo que vayas a sentarte en una mesa tradicional) y había un pequeño lavabo para las manos antes de entrar al lugar. Me pareció tan cómodo lavarme las manos sin tener que entrar a un baño.
Nos sentamos en las clásicas mesitas al ras del suelo y comimos delicioso. Pepe un Mie Goreng – fideos fritos con verduras- y yo un Cordon blue que nada tiene que ver con Indonesia pero que estaba riquísimo igual.
Con la panza llena y el sol picante seguimos caminando y nos encontramos con un cartel que indicaba un sendero de trekking que se suponía conducía a terrazas de arroz. ¡Terrazas de arroz! Arrancamos el camino de 4 km con subidas y bajadas, acompañados del hermoso calor balines y sudando como testigo falso.
No nos topamos con las terrazas de arroz que yo esperaba ver, las típicas de las fotos. Si esperan ver algo de eso éste no es el camino, pero para bajar unos kilos y ejercitarse un poco es ideal.
Un señor nos explicó que los varas que había en los pastizales son las que se usan para hacer los típicos gorros y que se dejan secar 50 años, al menos algo así le entendí, había un lindo café casi al final del sendero pero como ya estaba atardeciendo decidimos volver.
Llegamos a la calle principal casi de noche, entre el caos de vehículos que parece no finalizar cuando cae el sol y las piernas que nos temblaban. Entramos al primer lugar que vimos para cenar. Este sí era turístico, se llama The Leyend Café. Nos sentamos al aire libre con la típica decoración balinesa, linda música de fondo, una imagen de Buda preciosa y un cuadro con el retrato de una persona que no entendimos si era un antepasado o un rey pero en varios lugares vimos que tienen retratos de ese estilo.
Del centro caótico que pareciera ser todos los días una convención nacional de motoqueros alocados, tratando de esquivar un tránsito espeso que parece un copy paste, hasta la guest house eran diez a quince minutos caminando por un único sendero con algunas curvas pero ningún cruce.
A medida que dejábamos la calle principal atrás, los sonidos del caos se iban alejando y los sonidos pequeños empezaban a tener prioridad, como un camino que nos preparaba para llegar calmos y relajados a descansar.
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